El duelo por el muerto cuando no hay muerto.

18:00




Me pregunto si habéis sentido en vuestras carnes el llanto desgarrador. La llorera de domingo a las tres de la mañana que te impide abrir los ojos, cerrarlos, respirar o simplemente, seguir viviendo. Me pregunto cuántos de aquellos cuya respuesta es afirmativa, habrán pensado en la causa de este malestar. Y no me refiero a un malestar cualquiera, me refiero al sentimiento de duelo, de pérdida, de ausencia de aquello que se quiere.

Hace no mucho superé el estado depresivo más largo, intenso y desolador de todos los que había experimentado. Podría incluso decir, que todavía trato de recomponer los trozos de todo lo que era evitando, de cualquier forma, parecerme a esa. Es por ello, que soy capaz de diferenciar la angustia propia del dolor de esto otro.

No he experimentado apenas la muerte cercana. Recuerdo a una bisabuela. Pero era muy pequeña. Recuerdo a mi otra bisabuela. Esta vez me tocó leer en su funeral, y lloré mucho. Pero al fin y al cabo, se trataba de alguien mayor y era, hasta cierto punto, un fallecimiento esperado.

Algo cambió cuando se murió mi cobaya. No fue de repente. Tardó un día completo en apagarse e irse. Hice todo lo necesario, la cuidé, le obligué a comer, fui a tres veterinarios distintos. Pero la cobaya se murió en las dos horas de aquella noche en las que decidí dormir. Me sentí culpable de que algo bajo mi cuidado se muriera porque sí.

Últimamente siento el desasosiego por la pérdida. No ha muerto nadie, pero se ha ido lo que tenía. A veces, me siento y espero a que eso llegue, pero soy consciente de que no lo hará. De que la vida, cambia y avanza y no va a volver, casi más por imposición propia que por deseo.

No pretendo entrar en el terreno de las causas o condiciones de la pérdida. Solo en el hecho del duelo: cómo añorar a un muerto metafórico.

Según el DSM-V, el manual básico en psiquiatría para la categorización  de los trastornos (y que gracias a la carrera, me conozco bien) señala como características del duelo esto:
  • El sujeto manifiesta la muerte de alguien con quien mantenía una relación cercana.
  • Añoranza persistente del fallecido.
  • Pena y malestar emocional intensos.
  • Preocupación en relación al fallecido.
  • Preocupación acerca de las condiciones del fallecimiento.
En principio, está claro. Pero, ¿acaso no he sentido ese dolor por la pérdida de alguien que sigue vivo pero no conmigo? ¿Cómo podemos darle nomenclatura al sentimiento de pérdida cuando simplemente alguien se ha marchado pero no al mundo de los muertos?

Siento que te has ido. Llego a echarte de menos en situaciones cotidianas como comprar desodorante y hacer tortilla de patata. Siento dolor, que camuflo y disimulo (apariencia fuerte ante el dolor). Me preocupo por tu estado: qué hará, qué sentirá. Informo a mis allegados de que tú ya no estás conmigo, te verbalizo como ausencia. Recuerdo la última vez, última pelea, último todo antes de la nada. Que alguien me discuta que no siento duelo por el muerto cuando no ha muerto.

Y a veces lloro desconsoladamente por el simple hecho de sobrevivirnos, como si el último fin de una relación fuera el consumo mutuo. Yo lo he quemado. Le he prendido fuego. Has muerto y yo me he quedado, en medio de un islote sin puentes, sin saber nadar y de noche.

Y es que las emociones humanas son más complejas que la reducción dicotómica del bien/mal. Que la expresión del yo pasa por la verbalización, y que estar triste es estar triste y sentir duelo por ti, es cuanto menos, algo lógico.

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