De lo hipervisual a Tinder: aprender o morir.

18:21



La imagen de las Torres Gemelas sucumbiendo en directo aquella mañana del 2001 representó de la manera más visual posible el inicio de una nueva era: la post post modernidad. Un tiempo marcado por el desarrollo visual y el consumo sin límites de la imagen, la cual recibimos, procesamos, vomitamos, compramos, aparentamos, compartimos, creamos y sufrimos.

El 11 de septiembre de 2001 yo debería haber estado en el colegio, pero pillé un resfriado producto del contraste de los últimos coletazos de verano en el pueblo y posiblemente, el cierzo zaragozano. Estaba con mi madre en la cocina, haciendo espaguetis de los cuales yo no noté su sabor, mientras era incapaz de apartar la mirada de las conexiones en directo de Antena 3 (cuando todavía el logo tenía colores). Cómo podía yo saber, que aquello, nos estaba marcando. Y sobre todo, que un día, de cualquier año, me sentaría en el ordenador a escribirlo.

Pero volvamos al presente más inmediato. Al sábado de jarras de cerveza, y amigas, y risas, y notificaciones en la pantalla del móvil. Reduzcámoslo todo al mínimo movimiento. Mi dedo desplazándose hacia la derecha en la aplicación predilecta del amor moderno.

Una aplicación, por cierto, claramente marcada por lo hiper visual. Una manera de encontrar, aquello que llamaremos amor romántico, a través de imágenes de posibles candidatos. Llaman nuestra atención las fotografías distintas, de fondo claro, de poses limpias. Ignoramos las borrosas, las incompletas, esas en las que aparecen más personas. En este contexto donde hasta la libertad de interacción pasa por la cultura visual, nuestra educación en ella nos limita o da alas.

Y siendo nuestra realidad, un mundo visual, de consumo (incluyendo a las personas que se devoran a besos o a insultos, de corazones y de haters) cualquiera puede sacar la ventaja necesaria para la manipulación. Los softwares de retoque de imagen, desde su génesis, abrieron el camino para modificar la realidad: si todo el consumo es visual, y todo lo visual es susceptible de ser distorsionado, la verdad sigue el mismo camino.

No fue hasta el domingo por la mañana donde me descubrí, de nuevo, inmersa en ese proceso de aceptación del otro, de abrirme a los demás por la imposición de la pregunta (¿En qué trabajas? ¿Con qué haces las fotos? ¿Tienes mascotas?) cuando descubrí por casualidad la mentira de mi interlocutor. El discurso estudiado del hombre que liga modificando los hechos para su propia supervivencia. 

Más de una vez he llegado a la conclusión de que el problema es mío. Bien sea un problema en la elección, bien en la actitud. No miento si digo que ayer mismo, mientras revisaba con la mente los párrafos que estaba escribiendo me derrumbé bajo una luz roja.
¿Por qué siempre siento el peso de que he hecho algo mal aun cuando toda mi interacción en el amor moderno en el mundo de la imagen en la era de la post post modernidad se resume en poner los intereses del otro encima de los míos?

Hablé con más mujeres. No era yo sola. No eran unas pocas. Todas habíamos sentido, al menos una vez, al hombre experto en el Photoshop de las emociones. El manipulador. El maltratador psicológico. Un perfil de varón que existe y pervive y se afianza en el mundo visual. La pantalla es su aliada. El perjuicio físico una de sus armas.

Os llevaréis las manos a la cabeza: Not All Men. Pero sí que la piscina patriarcal en la que nadamos hasta que nos cansamos y hundimos favorece el éxito social del manipulador. Llega a ti con el discurso diferenciador, tú eres distinta. A veces, incluso se posiciona por debajo de ti, logra la confianza. Y en esas idas y venidas de realidades distorsionadas, te agrede con la palabra: Porque en el fondo, tú no eres nada.

Tú eres una imagen. Yo te consumo. Yo te modifico. Yo me moldeo. 

Sirva de metáfora el derrumbamiento de las torres, que yo también me caí, sin saberlo, en la espiral agónica de lo que significa la post post modernidad. Con esto, no quiero decir otra cosa que si educamos en lenguaje y en historia, necesitamos educar en el mundo visual, en la realidad y manipulación de la propia vida cotidiana, en el pensamiento crítico, para llegar a transformar con feminismo.

**Imagen, Bárbara Kruger.

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