Diario de viaje: qué hacer, comer y fotografiar en Varsovia. (Parte 2).

21:00

Día 3 - Palac Kultury i Nauki

Amanecemos como los días anteriores, con mucho frío y nieve acumulada. También un solazo arrollador (que nos causaría muchos problemas posteriormente.)
Tras desayunar, nos dirigimos al Palac Kultury i Nauki, el gigantesco edificio (237 metros de altura) heredado de los soviéticos. Al parecer, se acceder dentro del espacio, donde hay oficinas, una cafetería y lo mejor de todo, un mirador.

Entramos por la puerta principal del Palacio, y vamos a las taquillas. Aunque se supone que abren a las 10:00 de la mañana, se retrasaron un pelín. Tras comprar las entradas (20 PNL), nos indican la dirección hacia un ascensor a la planta 30. Al abrirse las puertas, accedemos a un hall con unas puertas acristaladas que nos conducen al FRÍO. Conviene ir abrigadísimos porque el mirador es al aire libre y no olvidemos que nos encontrábamos a 13 grados bajo cero. Eso sí, las vistas son espectaculares.



Al bajar, nos acercamos hasta un centro comercial en frente del Palacio, el Zlote Tarasy. Por dentro es un complejo de tiendas al uso, pero su cúpula acristalada merecía unas fotos. Después, hubo paradita de rigor en el Hard Rock Café (y por supuesto, nos compramos unas camisetas).


A continuación, tomamos el metro en Centrum haciendo transbordo en Swietokrzyska hasta Nowyswiat/Universytet. Nowyswiat es una avenida muy grande con muchísimas tiendas (sobre todo marcas y de las caras). Hacemos una parada técnica en un Costa Café porque el frío es insoportable y cogemos en la misma puerta el bus 116 hasta Avenida Ujazdowskie.

Frente a nosotros tenemos el Lazienki Park, un parque inmenso en el que perderse. Nosotros entramos justo detrás del jardín Botánico (que ahora estaba cerrado) para dar con la Estatua de Chopin. En este caso, la nieve dificultaba el paseo y nos llevó unas dos horas recorrerlo entero. Entre sus atractivos, no hay que dejar de ver The Royal Lazienki Museum, el Palacio de la Isla, y unas pagodas chinas.





Salimos por Armii Ludowej (hay muchas salidas/entradas al parque) y bajamos por J. Ch. Szucha para ir a comer a otro de los bares de leche que destacaban las guías, Prasowy (C/Marszalkowska 10-16). Como en el resto de bares de leche, ofrecen platos típicos polacos (cuya carta es a disponibilidad del día y no está en inglés). Este tipo de restaurantes siguen un horario de comidas particular en el que están abiertos todo el día hasta las 20:00, lo cual nos permite comer a deshoras y aprovechar las horas de luz.

Pedimos cosas intuyendo lo que eran y nos dieron a elegir puré de patatas o arroz para acompañar. Además, venían con ensalada. Eso sí, nada de agua sin gas, por lo que nos pedimos una especie de agua con sabor/refresco que sabía a chuchería. Nos costó unos 13 euros en total.




Continuamos andando hacia la plaza Zbawiciela. Allí hay una iglesia muy bonita (Kościół Najświętszego Zbawiciela). El frío hace realmente mella en nosotros y nos refugiamos en el Green Café Nero de la plaza Konstytucji. Para nuestra sorpresa, el café tiene su propia zona de fumadores aislada del resto por unas puestas correderas.

Nos retiramos un ratito al hotel para entrar en calor y decidimos cenar en Manekin, en la misma plaza Konstytucji.

Es un restaurante con una decoración chulísima y especializado en crépes. De primero sucumbimos a la sopa dentro de un pan (tradicional polaca) pero en vez de la versión de salchicha, de setas. Una delicia. También probamos las crépes (que eran enormes), aunque nos fue difícil elegir una porque las combinaciones son infinitas. Creo recordar que la cena costó al rededor de 20 euros.

Y a dormir.

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Día 4 - Último día

A priori, no teníamos claro qué hacer puesto que era el útimo día y el tedio se apoderaba de nosotros. Además, hacía frío extremo, y aunque brillaba el sol, era imposible permanecer más de 40 minutos seguidos en la calle.

Como la visita al barrio de Praga nos dejó una sensación amarga, se nos ocurrió volver a dar una vuelta. Pero antes, teníamos que deshacernos del equipaje.

Caminamos desde nuestro hotel a Warszawa Station para dejar las mochilas en la consigna. La estación parece sencilla, pero la planta baja es un laberinto de pasillos. Para ser eficaces hay que ir hasta el fondo del pasillo y seguir el dibujo de la consigna. La tarifa es única: 12 PNL para 24 horas. Sólo acepta monedas, y hay una máquina para dar cambio.

Desayunamos en el Mc Donald's de la planta de arriba de la estación y nos dirigimos a la parada del tranvía Warszawa Centralna 1 para coger el número 7. Nos bajamos en Kijowska. De aquí andamos hasta Zabkowska (27-31), para encontrar una antigua destileria del Vodka Koneser, ahora rehabilitado como espacio cultural. 




A partir de aquí comienza nuestra odisea para encontrar una placita con arte urbano. La dirección es Listopada, 11. Pero el frío horrible terrible apocalíptico que sufrimos nos deja sin sensibilidad en las manos. Finalmente, llegamos a la pequeña plaza casi llorando y hicimos fotos sin saber lo que hacíamos (al menos en mi caso, porque de verdad, no sentía la manos).




Corremos a refugiarnos en el metro (Dworzec Wilenski) y de camino vemos una iglesia preciosa en Park Praski. (También consigo que se me congelen las pestañas).

No hay rimel bajo-cero-proof.

 Nos bajamos en Kopernik (para ver la zona de día) y hacernos una foto con el curioso emblema de la ciudad, la sirena con una espada (cómo sois, polacos).


La ciudad de Varsovia está llena de la simbología sirenesca, y como curiosidad, aquí está la leyenda:

Una sirena llegó nadando por el río Vístula desde el mar Báltico y cansada de la travesía, se sentó en las orillas de Varsovia a descansar. Tiempo después, los pescadores de la ciudad alertaron de que algo estaba perjudicándoles la pesca, haciendo que las capturas escaparan. Planearon encontrar al culpable y darle muerte, pero se encontraron con la dulce voz de la sirena que los encandiló. Todas las tardes les cantaba y les amenizaba las jornadas de trabajo hasta que un día, fue secuestrada por un comerciante que pretendía hacer una fortuna con ella. El llanto de la sirena fue escuchado por la hija de un pescador que junto a sus amigos, fueron a rescatarla. Ella prometió devolverles el favor, y desde entonces, se la representa armada con la espada y un escudo, dispuesta a proteger y dar su vida por la ciudad.

Otra imagen que nos impactó fue la de los bloques de hielo bajando por el Vístula. 
Continuamos bajando la calle hasta llegar a Biblioteka Universytecka, que aunque estaba cerrada porque el 6 de enero es súper festivo, es muy bonita por dentro. Llegamos paseando a la calle Obozna hasta llegar al número 3, donde se encuentra el Café Kafka. Una cafetería calentita, soleada y preciosa en la que encontramos un oasis al frío.




Tras reponer energías, subimos la calle Obozna hasta dar con una plaza con un monumento a Koperniko. Andando por Nowy Swiat observamos a todos los varsovianos con coronas de papel amarillas, al más puro estilo reyes magos (al parecer, las regalaban en misa) y nos divertimos mucho haciendo un poco de street photography.



Cogemos el metro a Centrum y hacemos tiempo en el centro comercial Zlote Tarasy hasta la hora de comer. Y por supuesto, compramos unas botellitas del vodka "del búfalo" (en un Carrefour Express, muy barato). Una delicia, por cierto.

Skyline desde el centro comercial.

Comimos en un bar de leche de la calle Emily  Plater. Las vistas dan directamente al Palac Kultury i Nauki. El menú del día tiene tres platos a elegir, y aunque no hay carta en inglés, las camareras eran muy simpáticas. Nuestros menús fueron: ensalada self-service, sopa de tomate con pasta, plato con arroz o puré de patata y diversas carnes con salsa acompañando. De beber, por fin probamos el agua roja que ofrecían en todos los bares de leche. Veredicto: agua con sabor a frutos rojos.



Volvimos a recoger nuestro equipaje y esperamos el transporte al aeropuerto junto al Palac Kultury i Nauki. Al llegar a Modlin decidimos cambiar los zlotys que nos habían sobrado (principalmente porque el cambio no estaba mal) y pasamos todos los arcos de seguridad (a mí me cachearon, para variar.) El aeropuerto es chiquitillo pero tiene cabina para fumadores, wifi gratis, muchos enchufes y tiendas varias. Diréis, ¿qué relevancia tiene el aeropuerto? Pues bien, era sólo un preámbulo del peor vuelo de mi vida. Frío, 21 de la noche y siete polacos borrachos insultando a las azafatas. Fue un final horrible a cuatro días perfectos, pero ahí reside la aventura. A las 2 de la mañana llegamos a nuestro hotel-casi-cápsula en los Madriles y dimos por finalizado este viaje durmiendo muuuuucho y bien abrigados.

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Nota: días después nos enteramos de que viajamos en la peor ola de frío que ha vivido Polonia en los últimos veinte años. Muy bien.

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