Lisboa.

19:49


Alquilo un piso con tres habitaciones:
para mí, para el bebé, para todas esas cosas apiladas en cajas.
Una casa blanca donde la luz se cuela y dibuja extrañas sombras en la pared. Y la
ambigüedad de nuestros cuerpos, contemplando
el baile de un solsticio que llega a término.
Mi casa vacía, sin sillas,
para acurrucarnos en el suelo como perros vagando en el bosque.
Mi casa bonita, con persianas,
que me llenaran de negrura cuando lo necesitara.

Te pregunto dónde nos llevará la vida si tenemos una casa
Me contestas la vida es no tener a donde ir

No quieres mi nido ni mi cuerpo. No aceptas mi creencias
de extraña que comparte.
Mi pelo siempre se ha ahogado en el río de tanto pedir perdón.
Pero no piensas.
Una casa agrietada puede moverse.
Mis extremidades rotas necesitan quedarse.

Ya no quiero darle explicaciones a nadie.
Vuelvo al punto de partida. Al del anónimo. A la soledad.
A la cucaracha perdida debajo del mueble de la cocina.
Aspirar el polvo con todas las ganas.
Porque ese es mi destino.

La piedra en mitad de la carretera. El sueño de ver
la nieve en Varsovia que no llega. Una postal sin sello.

Una promesa llena de vergüenza.

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