Diario de viaje: qué hacer, comer y fotografiar en Varsovia. (Parte 1)

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Preparando nuestro viaje a Polonia nos dimos cuenta de lo difícil que era encontrar cosas que hacer alejadas de las típicas turistadas y los museos sobre la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, Varsovia  ofrece numerosas alternativas para un tipo de turista más acorde a nuestro perfil. (Sí, el moderneo.)

Es por ello que voy a relataros nuestras experiencias a modo de diario, idas y venidas durante nuestra estancia en la capital polaca del 3 al 6 de enero de este nuevo año. Espero que os pueda servir de ayuda si decidís visitarla porque ¡no tiene ningún desperdicio!

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Día 1: Madrid - Varsovia


En el ascensor, camino del aeropuerto, con mucho frío y sueño porque nos quedamos hasta las tantas viendo la película "Enemy" con nuestros anfitriones madrileños, Cris y Dani.


7 a.m., Aeropuerto Madrid-Barajas. Todo listo para comenzar el viaje.
Amanece, que no es poco.

Nuestro vuelo despega a las 7:00 con hora prevista de aterrizaje a las 11:30 en el aeropuerto de Modlin, a unos 50 km de Varsovia centro. La comunicación España-Polonia a través de Ryanair nos permite poder aprovechar tanto el día de la llegada como el de salida, más que suficiente.

El transporte desde Modlin al centro de la ciudad es muy sencillo. Desde la comodidad de nuestros hogares se pueden comprar los billetes por unos 6 euros. (Concretamente aquí.) Estos buses nos dejan en el mismísimo centro, junto al Palac Kulturi i Nauki. El único problema es que tenemos que reservarlo con hora. En nuestro caso, el autobús de las 13 ya estaba completo, así que nos tocó hacer tiempo.

También existe la posibilidad de comprar tickets en la misma puerta del aeropuerto donde para un bus de línea que llega hasta Varsovia. Este recorrido dura alrededor de hora y media.  La otra opción es regatear un taxi, los polacos están ansiosos de carne de turista, y el cambio a zloty juega a nuestro favor.

Ya en el centro, nos dirigimos a nuestro hotel, el Lofthotel Sen Pszczoly en la calle Piękna (a unos 15 minutos andando de Centrum). Es una mezcla de hostel y hotel, con cocina común y posibilidad de baños compartidos. Los dueños, que también poseen un bar y una galería en el distrito de Praga han cuidado tantísimo la decoración que las fronteras de las suites se desdibujan para crear ambientes en cada una de ellas. Nuestra habitación era Space Time, y tenía una curiosa lámpara-tambor-de-lavadora-espacial y unas sillas de barbero. Además, el leitmotiv de todo el hotel son las puertas, curiosos retales de ascensores al más puro estilo vintage pintados de color menta. 
El único pero es que el baño, pese a ser privado, se encontraba en otra habitación distinta y había que cruzar el pasillo en pijama. Eso sí, en calefacción un 10. La habitación estaba siempre calentita (y menos mal).

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Una vez instalados fuimos a buscar algo que comer. Rondaban las 15:30 y ya empezaba a anochecer.

 


Cerca del hotel está el bar de leche (Bar Mleczny) Bambino (calle Hoza, 19). Los bares de leche son un tipo de cantinas creadas en la época comunista. Ahora, ya reformados, ofrecen menús muy baratos con comida tradicional polaca.
El Bambino tiene un ambiente muy cálido y acogedor. Sin embargo, la mujer que nos atendió era bastante desagradable. Al ser nuestra primera toma de contacto con este tipo de restaurantes estábamos muy perdidos. A la entrada tenían un cartel en la pared con todos los platos (en polaco) así que solicitamos el menú en inglés (que no se correspondía exactamente con lo que había en polaco). Total, pedimos tres platos: pierogis (una especie de empanadillas cocidas, al estilo gyoza japonesa), y dos versiones del schnitzel (filete empanado). Para beber, agua con gas (en este país no conocen el agua mineral embotellada). La comida estaba muy buena y costó alrededor de 6 euros. Lo que hay que tener en cuenta es que si queremos acompañante a nuestros platos hay que solicitarlo expresamente (en el resto de bares de leche te lo sirven sin preguntar.)

Continuamos dando una vuelta alrededor del Palac Kulturi i Nauki, un regalo de parte de Stalin a la ciudad. Por lo que nos contó la comisaria de exposición del Museo de Arte Moderno, este faraónico edificio ha causado tal controversia entre los varsovianos que meditando su demolición, optaron por construir grandes rascacielos junto a él para reducir el impacto visual. A mí, personalmente, me encanta.



Sintiendo ya el frío en nuestras carnes y tras las fotos de rigor continuamos hacia el Museum of Modern Art (calle Panska, 3) a unos 10 minutitos andando desde donde estábamos.



Por desgracia, actualmente el museo está cambiando de edificio y sólo estaba abierta la cafetería/tienda y una pequeña exposición. La comisaria, una señora super amable, nos indicó el camino para llegar a la Galería Zacheta (plaza Malachowskiego, 3) donde había varias exposiciones sobre arquitectura y folklore polaco. Allá que fuimos.

Empezó a nevarnos encima.

De camino a la galería pasamos por la calle Mazowiecka, llena de tiendas de arte donde venden todo tipo de material. También abundan los bares de copas muy modernetes.

 

Después de jugar a lanzarnos bolas de nieve en el parque junto a la galería, decidimos entrar. El primer requisito es dejar los abrigos en el guardarropa (es gratuito y obligatorio). La entrada cuesta 15 PNL (unos 4'5 euros) y merece muchísimo la pena. Las explicaciones están tanto en polaco como en inglés para que os enteréis de todo y el museo consta de dos plantas.




Concluimos cenando de camino a nuestro hotel porque el viaje y el frío nos estaban pasando factura. Concretamente, lo hicimos en el Mc Donald's junto al metro de Swietokrzyska. Las hamburguesas estaban adaptadas al polsky style y fuimos incapaces de acabárnoslas. Hay que ver lo que les gusta la contundencia gastronómica a los polacos...

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Día 2: Barrio Antiguo.

Comenzamos nuestro día desayunando en una café take away (Przystanek Piekarnia) cerca de casa. Para nuestra sorpresa, el camarero hablaba un precario español y nos pudimos reír un buen rato con él. Por cierto, el mejor café latte que he probado en mi vida.


Seguimos caminando en dirección a la plaza Konstytuzji para coger el tranvía número 4 en la parada 06. Nuestro destino es Stare Miasto 01 (el Barrio Antiguo).

Stare Miasto es la parte más antigua de Varsovia. Se encuentra limitado por el río Vístula, y las calles Grodzka, Mostowa y Podwale. El centro neurálgico es la Plaza del Mercado, y a través de sus calles empedradas de arquitectura medieval podemos ver cafés y tiendas tradicionales (abundan las de recuerdos para turistas). También podemos visitar el Castillo Real (Zamek Krolewski) y fotografiar su impresionante torre.



 

Para poder apreciar las dimensiones históricas tenemos que retrotraernos a la invasión de Polonia en 1939, cuando casi el total del barrio fue destruido. Después del Alzamiento de Varsovia (1944) lo poco que quedaba en pie se vino abajo también (encontramos la estatua del "Pequeño Insurgente" que conmemora este alzamiento).

 
La Ciudad Vieja fue reconstruida con mucho esmero por los polacos. Se utilizaron materiales originales como ladrillos y elementos decorativos, salvándolos de los escombros. También se inspiraron en las pinturas de Bernardo Bellotto (s. XVIII) y los dibujos de estudiantes de arquitectura del periodo de entreguerras.

 
Mientras recorríamos las calles y comprábamos cositas del folklore tradicional polaco como matrioskas (sí, comparten muchos elementos con el ruso) me dio la impresión de estar en una especie de set. Las casitas, sus colores, la limpieza de las calles... Daba la sensación de que eran solo fachadas de edificios de juguete. Impresionante.




La mejor forma de visitar esta parte de la ciudad es echar a andar y dejarse perder entre sus calles, tomando siempre como referencia la Plaza del Mercado.

De nuevo, volvemos a la parada del tranvía de Stare Miasto (01) y nos subimos al tranvía número 26 en dirección al Barrio de Praga. En concreto, vamos a visitar el Museo del Neón, ubicado en una zona industrial rehabilitada en espacios alternativos llamada Soho Factory. Para ello, nos bajamos en Goclawska (que está a unos 10 minutos callejeando.)

Haciéndonos fotos en este rollito industrial-decadente.

El precio del Museo del Neón son 10/8 PLN (3 eurillos) y está concretamente en la calle Minska, 25. A la entrada, hay unos paneles informativos sobre el uso del neón en los comercios polacos de los años 80. Al parecer, era una estrategia para alejarse del comunismo y demostrar su modernidad.
Dentro del museo no se pueden hacer fotos, pero vamos, se pueden hacer fotos.


Al salir del museo, nos dimos una vuelta por Soho Factory. En la mayoría de los edicios se pueden ver neones donados por el museo.

Seguimos explorando hasta llegar a un solar de aspecto industrial donde había un tranvía abandonado. Por supuesto, casi fundimos las cámaras mientras empezó a nevarnos.





El Barrio de Praga es otra de esas zonas para descubrir andando. Por la hora a la que fuimos (calculo que eran ya las 12 de la mañana, más o menos) los bares estaban cerrados. Pero cabe decir que en este distrito abundan los garitos curiosos para tomar una copa. Dimos una vuelta por las calles que lo delimitan (calle Brzeska, calle Kijovska, calle Zabrowska), incluyendo la calle Markowska (que en las guías que vimos aparecía destacada. Aún no sabemos por qué.)


Encontramos de casualidad el Bazar Rózyckiego (calle Targowa, 54), el mercado más antiguo de la ciudad de Varsovia. Algunos puestos estaban abiertos y vendían fundamentalmente ropa y zapatos. Todo enmarcado en esa deliciosa decadencia que tanto se estila por aquí y que me tiene encantada.



Los amantes del arte urbano están de enhorabuena en el Barrio de Praga. La fría arquitectura, destartalada y con olor comunista, se deja impregnar de colorido como un signo más de la rehabilitación de este distrito, cuna ahora de movimientos artísticos y residencia de los jóvenes de la ciudad.


Volvimos con el tranvía 26 de vuelta a Stare Miasto para ir de propio a comer en Pierogarnia (calle Bednarska). Es un restaurante del tipo bar de leche donde solo tienen pierogis. Pedimos tres medias raciones de distintas variedades (con queso, carne y lentejas). En cada plato servían tres unidades bastante grandotas y nos costó unos 6 euros. Y lo más importante: tenían agua SIN gas embotellada, todo un logro. Fuera bromas, estaban riquísimos y el personal muy amable. Eso sí, no había carta en inglés, aunque el dueño nos lo explicó perfectamente.

 

Una vez comidos, se nos antojó buscar un sitio calentito en el que pasar la tarde, y el Museo de Copérnico parecía el sitio perfecto. 

Desde Pierogarnia, bajamos la calle Krakowskie Przedmiescie. Se trata de una gran avenida donde podemos ver: la Iglesia de Santa Ana, el Convento de los Bernardinos, el Palacio Kazanowski, la Iglesia de la Asunción de la Virgen María y de San José, el Palacio Presidencial, el Palacio Potocki, la Universidad de Varsovia (campus principal), el Palacio Czapski y la Iglesia de la Santa Cruz.

Posando junto a las nada ostentosas decoraciones de Navidad. 
Por la calle Obozna llegamos hasta el Centrum Nauki Kopernik. Es un museo de ciencias interactivo en el que a través de distintas plantas y exhibiciones podemos aprender más sobre el cuerpo humano, geología o robótica. 

El museo cierra a las 18:00 de la tarde y todo tiempo es insuficiente para visitarlo (calculo que hacen falta al menos dos horas). El precio son 25 PNL por cabeza (unos 6 euros). Disponen de taquillas para dejar los abrigos y poder disfrutar plenamente de las más de cuatrocientas actividades.

Al salir fuimos hasta la parada de metro en Centrum Nauki Kopernik, y con un trasbordo ya estábamos en el hotel.



Para cenar, nos dejamos seducir por un restaurante de comida típica polaca que habíamos leído por internet. Su nombre, U Szwejka, en la plaza Konstytuzji. Nada más entrar nos llamó la atención la decoración del local. Una taberna llena de cartelitos y letreros en polaco. Además, las camareras llevaban una especie de trajecitos rollo tirolés que no pasaban desapercibidos.
También cabe decir que nos encontramos con muchos turistas españoles.


Pedimos: un entrante de camembert rebozado, Bramborak (que era un filete de cerdo rebozado con patatas) y el Office Grilluje (surtidos de carnes con arroz, patatas y col). Todo acompañado de vino y (oh sí) agua mineral sin gas. Aunque nos colocaron una rodaja de limón en el agua. (¿Qué les pasa con el agua?) Las raciones eran gigantes (al igual que las dimensiones del restaurante en sí), y aunque el servicio era un poco lento, se cenaba estupendamente. El precio total de todo, unos 29 euros (iba a ser lo máximo que pagáramos por comida en todo el viaje).



Tras la comilona y con mucho frío nos retiramos a nuestros aposentos. El día tres de aventura nos esperaba.

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